Cierta vez mientras viajaba por la cordillera en la moto, en un atardecer tornasolado fije mi asombro en las altas montañas, en los vientos fuertes y las cumbres nevadas.
Viajar en moto tiene ese «sentir en la piel todo» lo que te rodea, sentís el frío, el viento, el sol, sentís las fuerzas de la ruta en cada paso de camiones, sentís la gravedad hacia los laterales, la fuerza de la «picadita» mientras vas subiendo esa colina… y la grandiosidad del paisaje que te parece inalcanzable.
Todo el tiempo iba pensando en que para poder apreciar como me gustaría ese paisaje ante mi, debía si o si, aprender a volar. La sensación de inmensidad, de impotencia. De querer recorrer distancias sin hacer pasos, sin moverte en nada, de querer alcanzar las cúspides solo para tener la sensación de la brisa en la cara.
Planear bajito en los lagos de agua verde-transparente, respirar el aroma de las lavandas en el campo azulado… Ahhhh, revivo cada paisaje de solo escribirlo.
Hay paisajes, personas, momentos que para poder disfrutarlos, para apreciarlos necesitamos distancias apropiadas.
Veo a mis hijos andar en bici y riendo ante un salto, asombrarse al zafar de caerse, gozarse mientras se balancean en la cuerda que cuelga del árbol, los disfruto de cerca y los veo con otros ojos, ojos de padre. Vecinos y amigos no los aprecian de esa forma, ellos ven otras cosas, quizás niños traviesos, tal vez se asombren de otras proezas.
Me siento en un café y me pongo a charlar de cómics, computadoras y anécdotas varias… y siento el sabor del café en mi boca, como se «erizan» mis papilas gustativas, el aroma, veo los gestos del interlocutor… las muescas en la boca, los ojos vidriosos emocionados al sentir lo relatado vivo!, me siento a mi en iguales condiciones, risas, charla.
Recuerdo el nacimiento de mi hija, su cara con el seño fruncido que no ha cambiado, sus mejillas rosadas, el leve gemido de incomodidad, de frío, de nuevo lugar en el mundo, siento la fragilidad, la firmeza en mis manos al sostenerla…
Tocar el trombón ante mi maestra, admirar la proeza y sostener la risa de gozo al ver esa perfección que busco en el instrumento… soplar, sentir que la vida se va en cada columna de aire. Disfrutar el momento, desglosarlo en pequeños espacios de admiración.
Todos recuerdos y situaciones en primera persona, todo lo aprecie de cerca, pero no siempre sucede así.
Como viajar por las montañas, disfrutando del paisaje mientras lo recorro… pero para apreciar todo necesitaría volar. Ver el paisaje en un río pero quizás sería necesario viajar en barco por allí.
O si estas enamorado, ves a esa mujer/hombre y admiras, amas pero vivir con ella/él te plantea otra forma de ver las cosas.
Existen también situaciones, cosas que se aprecian mejor de lejos. El caso de las nebulosas… Estando dentro no veríamos nada pero desde aquí… se ve mágicamente un sin fin de luces, destellos y colores increíbles. Hay vidas, personas que de lejos inspiran y de cerca veríamos defectos que eliminarían esa inspiración.
Todo tiene una distancia para poder apreciar lo bueno, lo mágico. La distancia justa da la perspectiva que necesitamos para poder disfrutar las cosas que realmente nos hacen bien.
Quizás eso que no estas disfrutando, que te está haciendo mal… solo necesita la distancia justa!. 😉
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